Editorial: El intento de la Asociación de Oficiales de Policía de Santa Ana (SAPOA) de silenciar la rendición de cuentas debe ser rechazado

Departamento de Policía de Santa Ana, foto de The Orange County Reporter

En una inquietante escalada de esfuerzos para suprimir el escrutinio público, la Asociación de Oficiales de Policía de Santa Ana (SAPOA) habría emitido una carta de cese y desistimiento a Ben Camacho, periodista de investigación local, en un aparente intento de silenciar la información sobre dos incidentes profundamente preocupantes que involucraron a oficiales de policía de Santa Ana. Esta medida no solo constituye una afrenta a la libertad de prensa, sino un duro recordatorio de la resistencia sistémica a la rendición de cuentas que sigue plagando a las instituciones policiales en todo el país, especialmente en casos de pérdida de vidas y violación de derechos constitucionales.

En el centro de esta controversia se encuentra el asesinato a tiros de Noé Rodríguez a manos de los agentes de policía de Santa Ana Luis Casillas #3755 e Isaac Ibarra #3178, un incidente que sigue bajo investigación del Departamento de Justicia de California. A pesar de la gravedad de la situación —Rodríguez falleció, su familia se prepara para presentar una demanda por homicidio culposo y los agentes involucrados permanecen en servicio activo sin medidas disciplinarias públicas—, ha habido un silencio ensordecedor por parte de los líderes de la ciudad, incluida la alcaldesa Valerie Amezcua. Ese silencio, ahora acompañado de las amenazas legales de SAPOA contra un periodista, huele a complicidad y proteccionismo institucional.

El uso de una carta de cese y desistimiento para intimidar a un periodista que realiza su trabajo —investigar e informar al público sobre asuntos de profundo interés público— sienta un precedente peligroso. Transmite un mensaje alarmante: informar sobre la violencia policial puede conllevar represalias legales. Así no funciona la democracia. Una prensa libre no es enemiga de las fuerzas del orden; es un freno necesario al poder, especialmente cuando este resulta en muerte y trauma para las comunidades marginadas.

Sede de la Asociación de Oficiales de Policía de Santa Ana en Santa Ana.

El caso de Rodríguez por sí solo justifica la máxima transparencia. Un hombre ha muerto. Los agentes que le dispararon siguen en sus puestos. La comunidad debe responder sobre las circunstancias del tiroteo, el uso de la fuerza, el proceso de revisión interna y por qué no se han tomado medidas administrativas. En cambio, el público se enfrenta al silencio de los funcionarios municipales y a amenazas legales del sindicato policial. Esto no es rendición de cuentas. Es obstrucción.

Y el comportamiento preocupante no termina ahí.

Otro agente de Santa Ana, Nickolas Cavendish #3664, está bajo escrutinio por otro incidente ocurrido en diciembre de 2023, durante una parada de tráfico en la que participaron dos civiles desarmados. Las declaraciones transcritas de las grabaciones de la cámara corporal revelan una terrible agresión verbal en la que el agente Cavendish supuestamente amenazó con “reventarles la cabeza”, colocar su cámara corporal en su coche, inventar una amenaza alegando que el conductor le había agarrado el cinturón y luego asesinarlo.

Estas no son las palabras de un agente de paz profesional. Son las palabras de alguien que se cree por encima de la ley. Tales amenazas, de comprobarse, constituyen no solo una falta grave, sino también una posible intimidación criminal. Sin embargo, el agente Cavendish sigue en servicio. Ni el Departamento de Policía de Santa Ana ni el Ayuntamiento han hecho ninguna declaración pública sobre medidas disciplinarias. No hay transparencia. No hay rendición de cuentas.

Departamento de Policía de Santa Ana

La decisión de SAPOA de enviar una carta de cese y desistimiento a Ben Camacho, en lugar de abordar el fondo de estas acusaciones, revela sus verdaderas prioridades: proteger a los agentes del escrutinio, no al público. Los sindicatos tienen un papel en la defensa de los derechos de los trabajadores, pero no deben convertirse en escudos para la mala conducta ni en herramientas para intimidar a los organismos de control.

Los habitsntes de Santa Ana merecen algo mejor.

Merecen un departamento de policía que preste servicio con integridad, transparencia y respeto por los derechos constitucionales. Merecen líderes municipales, especialmente el alcalde Amezcua, que alcen la voz cuando se pierden vidas a manos de quienes juraron protegerlos. Y merecen un entorno mediático donde los periodistas puedan informar sobre las acciones del gobierno sin temor a represalias legales por parte de poderosos sindicatos policiales.

Ben Camacho no debe ceder. El público no debe mirar hacia otro lado.

La investigación del Departamento de Justicia de California sobre el asesinato de Noe Rodríguez debe continuar sin interferencias. La ciudad debe iniciar una investigación independiente tanto del tiroteo como de las amenazas del agente Cavendish. Y SAPOA debe comprender que, en una sociedad democrática, decir la verdad no es difamación, sino un deber.

Los intentos de silenciar a los periodistas, encubrir faltas de conducta y proteger a los agentes de la rendición de cuentas solo profundizan la crisis de confianza entre las fuerzas del orden y las comunidades a las que sirven. Santa Ana se encuentra en una encrucijada. ¿Optará por la transparencia y la justicia, o por el silencio y la autopreservación?

La respuesta definirá no sólo el futuro de su departamento de policía, sino el alma de la ciudad misma.

Editorial: The Santa Ana Police Officers Association’s (SAPOA), Attempt to Silence Accountability Must Be Rejected

Santa Ana Police Department, Photo by The Orange County Reporter

In a disturbing escalation of efforts to suppress public scrutiny, the Santa Ana Police Officers Association (SAPOA) has reportedly issued a cease and desist letter to Ben Camacho, a local investigative journalist, in an apparent attempt to silence reporting on two deeply troubling incidents involving Santa Ana police officers. This move is not only an affront to press freedom but a stark reminder of the systemic resistance to accountability that continues to plague law enforcement institutions across the country—especially in cases where lives have been lost and constitutional rights violated.

At the heart of this controversy is the fatal shooting of Noe Rodriguez by Santa Ana Police Officers Luis Casillas #3755 and Isaac Ibarra #3178 —an incident that remains under investigation by the California Department of Justice. Despite the gravity of the situation—Rodriguez is dead, his family is preparing to file a wrongful death lawsuit, and the officers involved remain on active duty with no public disciplinary action—there has been a deafening silence from city leadership, including Mayor Valerie Amezcua. That silence, now accompanied by SAPOA’s legal threats against a journalist, reeks of complicity and institutional protectionism.

The use of a cease and desist letter to intimidate a reporter doing his job—investigating and informing the public about matters of profound public interest—is a dangerous precedent. It sends a chilling message: that reporting about police violence may come with legal retaliation. This is not how democracy functions. A free press is not the enemy of law enforcement; it is a necessary check on power, especially when that power results in death and trauma for marginalized communities.

Santa Ana Police Officers Association headquarters in Santa Ana.

The Rodriguez case alone warrants the highest level of transparency. A man is dead. The officers who shot him remain on the job. The community is owed answers—about the circumstances of the shooting, the use of force, the internal review process, and why no administrative action has been taken. Instead, the public is met with silence from city officials and legal threats from the police union. This is not accountability. This is obstruction.

And the troubling behavior does not end there.

Another Santa Ana officer, Nickolas Cavendish #3664, is under scrutiny for a separate incident in December 2023, during a traffic stop involving two unarmed civilians. Transcribed statements from the body camera footage reveal a harrowing verbal assault in which Officer Cavendish allegedly threatened to “bash your fucking brains in,” plant his body cam in his car, fabricate a threat by claiming the driver reached for his waistband, and then murder him.

These are not the words of a professional peace officer. They are the words of someone who believes they are above the law. Such threats, if proven, constitute not only gross misconduct but potential criminal intimidation. Yet, Officer Cavendish remains on duty. There has been no public statement from the Santa Ana Police Department or the City Council about disciplinary measures. No transparency. No accountability.

Santa Ana Police Department

SAPOA’s decision to target Ben Camacho with a cease and desist letter—rather than addressing the substance of these allegations—reveals its true priorities: protecting officers from scrutiny, not protecting the public. Unions have a role in defending workers’ rights, but they must not become shields for misconduct or tools to intimidate watchdogs.

The people of Santa Ana deserve better.

They deserve a police department that serves with integrity, transparency, and respect for constitutional rights. They deserve city leaders—especially Mayor Amezcua—who speak up when lives are lost at the hands of those sworn to protect them. And they deserve a media environment where journalists can report on government actions without fear of legal retribution from powerful police unions.

They deserve a police department that serves with integrity, transparency, and respect for constitutional rights. They deserve city leaders—especially Mayor Amezcua—who speak up when lives are lost at the hands of those sworn to protect them. And they deserve a media environment where journalists can report on government actions without fear of legal retribution from powerful police unions.

Ben Camacho should not back down. The public must not look away.

The California DOJ investigation into Noe Rodriguez’s killing must be allowed to proceed without interference. The city must launch an independent review of both the shooting and the threats made by Officer Cavendish. And SAPOA must understand that in a democratic society, truth-telling is not defamation—it is duty.

Attempts to silence reporters, cover up misconduct, and protect officers from accountability only deepen the crisis of trust between law enforcement and the communities they serve. Santa Ana stands at a crossroads. Will it choose transparency and justice—or silence and self-preservation?

The answer will define not just the future of its police department, but the soul of the city itself.